miércoles, noviembre 01, 2006

El Asesinato de Brad Will y el Búho Blanco de Oaxaca

Un Reporte dede Oaxaca por el Periodista Británico a Quien el Radio Declaró Muerto por una Hora Después de que Brad Fue Baleado

Por John Dickie
Especial para The Narco News Bulletin
30 de octubre de 2006

Durante el transcurso de nuestras vidas, surgen momentos trascendentales que nos obligan a pararnos y a escuchar el aviso. Todos tenemos nuestros momentos. Y todos reaccionamos de manera diferente.

Es difícil encontrar la forma de empezar a narrar uno de esos momentos. Quizás sea tarea de cada persona relatar esa trascendencia lo más fielmente posible, y de cada lector absorberlo como algo propio.

En este caso, lo único que puedo hacer es empezar diciendo que ayer, durante unos cien minutos, yo estuve muerto…

* * *


D.R. 2001 Fly
En algún momento entre las cinco y las cinco y media de la tarde, ayer, viernes, 27 de octubre, a plena luz del día, una Lechuza circundó sobre nuestra casa. Mi amigo Jonathan la vio desde el balcón. Yo nunca la vi. Totalmente quieta, dijo, a 20 metros sobre su cabeza, había estado mirándolo fijamente por varios minutos. En el transcurso del segundo que le tomó para entrar en la casa y decirme que saliera a verla, la Lechuza había desaparecido. Jonathan se quedó sorprendidísimo. Sintió que yo no tenía que haberla visto.

Mientras considerábamos el significado de lo sucedido, sonó mi celular. Era mi amigo Diablo, el reportero de policíaca. En otras palabras – me di cuenta más adelante – el Diablo me llamaba para recordarme mi destino. Inmediatamente me preguntó si estaba bien. Habían disparado a un periodista extranjero en el centro de la ciudad. Dijo que creía que su nombre era Andrés. Yo no conocía a nadie con ese nombre. “Llama a Víctor,” dijo Diablo, “él está en el lugar de los hechos.”

Llamé a Víctor. La línea era muy mala. Me dijo que el nombre era Bradley. Bradley Roland Will. Una bala en el pecho. Muerto de camino al hospital. Trabajaba para Indymedia. Solamente Jonathan, que estaba a mi lado, podría describir mi expresión cuando recibí las noticias. Bradley. Era Bradley. ¡Brad! Brad, al que conocí la semana antes cuando coincidimos en la aprehensión por parte de la APPO de un grupo de jóvenes borrachos que habían asaltado a una pareja. Ambos habíamos estado filmando. Era la primera vez que conocía a un periodista extranjero desde que comencé a grabar la sublevación en Oaxaca. Claro que hablamos, intercambiamos detalles, compartimos algunas bromas, acordamos intercambiar imágenes de video, y lo conecté con algunas personas con las que podría grabar. Un tipo realmente agradable. Una persona real, agradable y honesta que hacía lo mejor que podía para registrar los acontecimientos de esta jodida situación con la esperanza de obtener algunas migas de atención de los consumidores de noticias del mundo.

Brad, me llamaste la mañana del viernes 27 de octubre, tu último día en la tierra, para preguntar dónde podrías alquilar una moto. Ahora ya no estás. Eres la primera muerte extranjera desde que la región se hundió en este infierno vivo. La decimotercera muerte en total. Y, tristemente, quizás la más importante de todas.

Naturalmente, mi primer pensamiento fue “podría haber sido yo”. Y, por un rato, era yo.

Le dije a Víctor que me esperara en la oficina, agarré una pequeña cámara digital, monté en la moto y me dirigí directamente hacia allá. Mientras el sol se ponía, el mundo se volvió oscuro.

Decidí desviarme a la escena del incidente, pero era muy difícil pasar. Las barricadas habían sido reforzadas. Las camionetas descargaron toneladas de tierra para bloquear las calles en los puntos estratégicos. Hablé con la gente de APPO (En lenguaje noticiero: “manifestantes izquierdistas”; para la Procuradora del Estado: “terroristas de guerrilla urbana”), la misma gente que había intentado mantener a Brad vivo después de que le dispararan, cargándolo en la parte trasera de un Volkswagen para llevarlo a un hospital privado (murió en el camino), la misma gente que instaló las barricadas para protegerse, a ellos y a los vecinos, de criminales y sicarios paramilitares quienes en semanas recientes han recomenzado su campaña de tiroteos nocturnos.


D.R. 2006 Latuff
Lo que no dirán en la mayoría de los medios occidentales, es que los tres sicarios que atacaron la barricada donde estaban Brad y otros periodistas, se han identificado como policías locales. Se saben sus nombres. Manejaban rifles AR-15 y varias pistolas y dispararon indistintamente en la muchedumbre. Brad probablemente no era un blanco (aunque la radio estatal, Radio Ciudadanía (99.1 FM) – la radio pirata del gobierno con localización desconocida – anuncia que “Brad era un terrorista armado, y las cosas no son como parecen” y que “Indymedia es una rama del APPO, operado por Radio Universidad”), pero tuvo mala suerte: disparado en pleno pecho, justo en el plexo solar, por una bala de acero de 9 milímetros que se desplazaba aproximadamente a 1000 metros por segundo.

Lo que probablemente tampoco se oiga es que la gente de APPO no lleva armas de fuego. Sus únicas armas son rocas, palos, cócteles molotov, y el ocasional mortero casero de fuegos artificiales. Hasta donde llego a saber, en 5 meses de protestas, no han disparado un solo tiro de un arma de fuego. Otros infiltrados encapuchados entre ellos, sí se han visto con armas – delincuentes y criminales hambrientos por luchar el gobierno quizás – pero el APPO y el Magisterio siempre se han deslindado de la violencia. Llamámoslo extrema autodefensa entonces. Porque todas las muertes han sido del lado de los ‘manifestantes’, ya sean miembros del APPO o profesores. (De hecho, el APPO probablemente tiene un arsenal de armas de fuego, pero ha tomado una decisión política valiente de no utilizarlos).

Diciendo algunos nombres, el APPO me deja pasar las barricadas y llego a la vecindad de El Bajío, donde el Víctor me esperaba. Conozco a mucha gente en el barrio. Un grupo de periodistas locales tiene una sórdida oficina aquí, en un bloque de cemento que apesta a orina. Un periódico policiaco, Noti Roja, dirigida por el Chiricuto, el padrino de las notas rojas, tiene su base en la planta de arriba. Y en la puerta siguiente, Diablo tiene un cuarto vacío con un colchón donde paso a veces la noche. Vengo a menudo a visitarlos, a conseguir información, a ver nuevos videos y fotos, a tomar una cerveza. Chiricuto, Víctor, Bermúdez, Teo, Zurco, Diablo, Chávez: los conozco a todos desde hace mas de tres años. Además, yo soy “el tipo alto y rubio con colita”, así es que me conoce la vecindad entera, incluso si nunca he hablado con algunos de ellos.

Cuando aparezco, alrededor de las 7:OO de la tarde, hay cerca de 20 personas reunidas en la calle. Algunas están llorando. Al llegar en la moto, le grito a Chiricuto. Al verme, su cara cambia. Parece enojado. “¡Yon! ¡¿Eres tú, Yon?!” Los demás voltean para verme, horrorizados. Me doy cuenta de que todos están borrachos. Parece como si hubieran visto a un fantasma. De hecho, estaban viendo uno. “¿Como?” pregunto. “¡Pinche Yon, bajate de la moto!”

Aún sigo sin entender. Mientras apago el motor y me bajo de la moto, Chiricuto se acerca lentamente. Pellizca mi brazo. “¡Yon!” exclama, rodeándome con sus brazos. Teo grita, totalmente ebrio: “¡Les dije! ¡Les dije! ¡Yon, sólo yo no lo creía!” Chiricuto: ¡”Yon, estabas muerto! Todos pensábamos que estabas muerto!” Todos los que estaban en la calle se acercaban a mí, abrazándome frenéticamente. Chiricuto está abrumado “¡M’hijo! ¡M’hijo! ¡Está vivo!” Saca la cámara y comienza a tomar fotos. Todo el mundo quiere una foto con el muerto. La gente empieza a salir de sus casas. Teo: “¡Dijeron tu nombre en la radio! ¡Dijeron que te habían disparado y matado! ¡Zurco dijo que vio tu cuerpo en la parte trasera de un Volkswagen! ¡Que echabas espuma por la boca! Ha estado llorando desde entonces. ¡Tienes que ir a verlos! (refiriéndose a la gente de la barricada a tres cuadras de donde estamos, donde había estado grabando) Todos piensan que estás muerto.”

Chiricuto regresa con una garrafa de plástico con 5 litros de mezcal. “Esto es para ti, para que nos sirvas a todos. Es Mezcal para los Muertos.” Mientras comienzo a servir caballitos para todos, me dice que ha estado llorando. “Podía haber diez muertos… pero no Yon. Si Yon cae, el gobernador sigue.” El pequeño Chiricuto, hablando como un tigre revolucionario. Derramo una gota de mezcal en el piso antes de tomarme el trago, en reconocimiento de mi destino. Entre el griterío de la gente que sale a la calle, la difusión de la noticia y las poses para las fotos, Chiricuto continúa: “Estábamos a punto de ir a buscarte al anfiteatro e íbamos a velarte… todos nosotros… en la capilla del cementerio allá.” (Estábamos a un bloque de las puertas del cementerio de la ciudad; la calle se llama Caminito al Cielo)


John Dickie y amigos
Foto: D.R. 2006 John Dickie
Había llegado a mi propio velorio. Las lágrimas rodaban por mi mejilla. Para ellos, mis 100 minutos muertos habían terminado.

Celebré con ellos mi propia resurrección durante una media hora. Les conté que el hombre al que habían asesinado era amigo mío y que debía ocuparme de algunos asuntos. Tenía tantas cosas en la cabeza: contactar a Zurco, encontrar el cuerpo de Brad – puesto que imaginé que yo debería ser quien lo identificara, lo cual significaba también ir a la morgue municipal, un viaje peligroso – tenía que hablar con la embajada, tanto la de EE.UU. por Brad como la británica con respecto a mí: si mi nombre había sido citado por la radio, ¿que pasaría si la embajada hubiese hecho eco de la noticia y lo hubiera notificado a mis padres? (no quiero ni pensar en esta posibilidad…). Pero no tenía ningún números de teléfono. Lo único con lo que contaba era ese pequeño milagro llamado teléfono celular. Lo agarré y empecé a buscar en mi lista de contactos.

Decidí llamar primero a Pati: una joven maravillosa que ocupaba la barricada de la que Zurco estaba al cargo. Contestó su amiga Olga, a quien también conozco. Alucinó tan pronto como dije “Soy yo, John”. Todo lo que pudo decir fue “¿Yon? ¿Eres tú, Yon? ¿De verdad eres tú?” Lo debió repetir unas veinte veces, hasta que no pude hacer otra cosa que gritar “Olga, ¡soy yo! ¡Soy yo! Cálmate. Voy para allá”

Agarré la moto y me dirigí a la barricada, que estaba a unos 200 metros. Al irme acercando me di cuenta de que el ambiente era más siniestro que en noches anteriores. Esta vez habían juntado una docena de autobuses públicos para bloquear las diez calles que conforman esta intersección. Había fuegos por todas partes: llantas, sofás y postes de teléfono ardiendo. Todas las luces estaban apagadas. Conforme me acercaba, hice lo mismo con la luz de mi moto (una práctica habitual). Me enfocaron de repente la cara con una gran linterna, gritándome “¡No hay paso! ¡Date la vuelta!” “Soy yo, John”, respondí gritando. “¿Yon? ¿Eres tú, Yon?” Olga y Pati chillaron como dos niñas y se abalanzaron sobre mí con besos y abrazos. “¡Gracias a Dios que estás bien! ¡Mi madre no ha parado de llorar! ¡Oímos en la radio que te habían disparado y matado! Zurco nos dijo que vio tu cuerpo en un coche”. La demás gente de la barricada corrió hacia nosotros. Debía haber unas cien personas rodeándome. Me abrazaron, me dieron la mano y palmaron mi espalda con afecto. Una doña no quería soltar mi brazo. El gran Zurco se acercó y me envolvió con un fuerte abrazo. Su mujer estaba llorando. Me sentí abrumado. Sólo pude decir: “Gracias, gracias. Estoy bien, estoy bien. He estado en casa. Mataron a un amigo, no a mí. Lo conocía un poco”. Me preguntaron sobre Brad y les dije lo que sabía. Pensaron en su familia y esperaban que ahora los EE.UU. presionarían al gobierno mexicano para que resolviera la situación. “Ahora sí tiene que caer el Gobernador,” decían todos. Y hoy, sábado, en el aeropuerto de la base militar se reúnen de nuevo fuerzas federales, llegando en seis inmensos aviones de transporte de tropas. (29.10 – entraron a la ciudad y tomaron el zócalo).

Apartándome, disculpándome diciendo que tenía que ocuparme de algunas cosas acerca de Brad, saqué mi teléfono otra vez. Llamé primero a Daniela, de la Fundación Anglo-mexicana en la Ciudad de México, porque sabía que tenía buenos contactos en la embajada británica. “Diles, si oyen que estoy muerto, que no es verdad”. También me dio un teléfono de emergencias de la embajada de los EE.UU., al cual llamé después de colgar.

Contestó mi llamada un operador de la embajada. “Me llamo John Dickie, soy periodista británico en Oaxaca y llamo para decirles que acaban de disparar y matar a un periodista americano.” El tono de voz del tipo me molestó automáticamente. “¿Para quién trabaja?” preguntó. “¿Qué importa para quién trabajo? ¡Para ITN, chingados!” “¿Y con quién quiere hablar?” “¡Pues dime tu, cabrón! Con quien quiera que debería contarle que han matado a un periodista americano!”

Robert Zimmerman, responsable de la oficina de prensa de la embajada, se puso al teléfono. Se mostró mas dispuesto a ayudar. Le conté la historia. Le di el nombre completo de Brad. No habían oído nada todavía. “Ahorita en Oaxaca no hay autoridad”, le dije, “así que es posible que no oigan nada. Yo se lo estoy comunicando ahora”. No se lo acabo de creer puesto que yo no había visto el cuerpo. Cierto. Pero había hablado con testigos y ya había visto las fotos. “Voy de camino a la morgue. Llámeme en media hora”.


Amigos de Brad Will en nueva york
Foto: D.R. 2006 Paul DiRienzo and Joan Moossy
Luego llame al cónsul de EE.UU. en Oaxaca y le deje un mensaje. Después llame a otro amigo, que también conocía a Brad, para que me acompañara a la morgue. Víctor y Bermúdez, dos amigos periodistas locales, también vinieron. Abandonamos la barricada en un convoy de motocicletas. No fue una decisión inteligente habida cuenta que los paramilitares suelen ir en motocicletas, por lo que la APPO se muestra muy recelosa con los grupos que las montan. Además, teníamos que negociar nuestra entrada al centro de la ciudad. Víctor nos llevo por una vía segura. No vimos ni un solo coche.

Al llegar a la morgue, donde conozco a algunos trabajadores, fuimos a hablar con el medico forense – el Dr. Muerte, según le apodan. Nos dejó entrar a ver a Brad. (No describiré el anfiteatro). Una vez dentro, de pie, delante de la superficie fría como una piedra que tantas veces filme un año atrás para un documental, me encontré de cara con un cuerpo al que conocí en vida. La peor pesadilla de cada reportero de policíaca.

Asentí levemente con la cabeza. Era, sin duda, Bradley Roland Will. Sus ojos castaños estaban abiertos de par en par, mirando a través de mi, hacia la infinidad.

Su pecho estaba cosido, pero el orificio de la bala era evidente. No me quedé mucho tiempo ahí. El Dr. Muerte me abrazo (siniestramente) por el hombro y me acompañó hacia fuera, donde me mostró las dos puntas de bala de 9mm que saco del pecho de Brad. Me pregunté porque los guardaba en el bolsillo de su bata blanca.

Ya en la calle, me encontré con tres personas: la compañera de casa de Brad, un fotógrafo español y un adjunto de la Comisión de Derechos Humanos. Hablamos un rato. Estuvieron junto a Brad cuando ocurrió el siniestro. Una furgoneta se había abierto paso por entre una barricada y disparado contra los “protestantes”. Brad se encontraba aislado, gravando y fue alcanzado desde unos 30 metros por la bala de un rifle. (Ha salido en internet su ultima cinta, en dónde se registra el impacto). Los tiradores ya han sido identificados como policías locales por parte de fotógrafos de prensa y por imágenes de video que han sido supuestamente libradas a las “autoridades”. (No fueron suficientemente listos como para cubrirse las caras; dicho esto, en Oaxaca, cuando eres la ley, la impunidad se vuelve un deporte).

La gente de la morgue nos dijo que no podrían proceder a la identificación oficial sin el pasaporte de Brad y sin la presencia del cónsul. Decidimos que su compañera de casa se ocuparía de todo por la mañana.

Alrededor de medianoche, atravesamos de nuevo las calles nocturnas, de vuelta a la barricada. Me quede allí un par de horas mas antes de ir a la habitación extra de Diablo, a dos cuadras de la barricada. Antes de ir a dormir, mire las noticias con Chiricuto. Televisa mostraba las imágenes de los disparos y de la muerte de Brad. Resultaba espantoso verlo. Pero lo mas espantoso fue escuchar al presentador diciendo que los disparos provenían de unos vecinos cansados del conflicto que se habían vuelto en contra de la APPO. En México, el alcance de las influencias políticas no tiene limite.

Dieciséis horas después de la aparición de la Lechuza Blanca, en el balcón junto a Jonathan, recordamos un dicho local:

“Cuando la lechuza vuela, El indio muere.”

La Lechuza Blanca apareció en el mismo momento de la muerte de Brad. Sin duda, nunca mas la veríamos. Porque no había ninguna Lechuza Blanca, y ahora hay un indio menos en el mundo de los vivos.


Amigos de Brad Will en nueva york
Foto: D.R. 2006 Paul DiRienzo and Joan Moossy
Por lo que respecta a Brad y a mi, nuestros destinos se separaron. Yo me quede aquí. A el le llamaron de vuelta. En la pagina posterior hay dos imágenes que reflejan nuestras distintas sendas. Una es de felicidad. La otra de infelicidad. Hagan bajar su pantalla y si están dispuestos a abrazar tanto la luz como la oscuridad.

Parece por lo menos que la muerte de Brad puede ayudar a acabar con este conflicto, ya que después de cinco meses de apatía absoluta, el gobierno federal parece dispuesto a actuar, enviando al fin a la policía federal para que reestablezca la seguridad publica. Habrán mantenido George W. y Fox una tranquila charla? Probablemente. Y para acabar con esta cadena de acontecimientos, la familia de Brad y su familia pueden estar orgullosos. Sin embargo, queda por ver si la incursión de las fuerzas federales resolverá el problema. Mañana quizá lo sepamos. La APPO no se moverá hasta que el gobernador abandone el poder. Pero el ciudadano de a pie en Oaxaca merece al menos que se le deje vivir en un ambiente seguro, independientemente de sus lealtades. Lo que si es seguro es que la cultura del gobierno local en el sur de México necesita desembarazarse de la manzana podrida que tiene en su propia boca. Y esto sin duda va a llevar varias generaciones.

Para terminar, hay que preguntarse: “tiene siempre que morir un gringo para que el mundo actué?”

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